Puede ser calificado como el mejor fotógrafo de la historia porque incluso cuando dejó de hacer fotos (porque le cansaban y nada le decían, porque renegó de ellas), siguió siendo el mejor.
El arte de Frank, como él mismo predicó, es objeto simple, fácil y teorizable. No se puede decir lo mismo de la persona y su reacción, porque la vida, como la fotografía, es una respuesta contra uno mismo.
Robert Frank, nacido el 9 de noviembre de 1924 en Zúrich, Suiza, en el seno de una familia judía de buena posición económica y que lo había perdido todo durante el nazismo y la II Guerra Mundial, es una importante figura estadounidense dentro del ámbito de la fotografía y el cine.
Comienza como aprendiz de fotografía en Suiza. Publica su primer libro, 40 Fotos, en 1946. Es un portfolio para intentar venderse como fotógrafo. El estilo, demasiado ecléctico: contiene incluso fotos de otros autores retocadas por Frank. Fue reeditado hace unos años.
Viaja por Europa, pero en el continente desolado por la guerra no encuentra receptividad. En febrero de 1947 embarca en Holanda hacia los EE UU ("me voy a América, ¿cómo puede ser uno suizo?", escribe). Sobrevive en Nueva York hasta que encuentra trabajo como colaborador habitual de la revista Harper's Bazaar, donde hace bodegones de bolsos, zapatos y otros accesorios de moda como protegido del gran Alexey Brodovitch, que, también apoyó a un puñado de los mejores fotógrafos de la segunda mitad del siglo XX (Richard Avedon, Irving Penn, Lisette Model...).
En 1948 comienza el nomadismo de Frank. Entre junio y diciembre recorre Brasil, Cuba, Panamá y, sobre todo, Perú. Autoedita dos cuadernos de espiral con las fotos. El libro Peru, publicado años más tarde, es su primera obra maestra y predice lo que vendrá.
Cruza el Atlántico varias veces. Traba amistad con otros buscadores de verdad (Elliott Erwitt y Bill Brandt) y viaja a Francia, Italia, Reino Unido y España. Entre marzo y agosto de 1952 vive con su mujer, la pintora Mary Lockspeiser, y su primer hijo, Pablo, en El Grao (Valencia). Hace fotos sobre corridas de toros.
En el casi inencontrable catálogo Sobre Valencia, 1950, el parco Frank -muy poco amigo de teorizar- incluye una de sus más detalladas declaraciones de principios: "Blanco y negro son los colores de la fotografía. Para mí simbolizan las alternativas de esperanza y desesperación a las que la humanidad está eternamente sujeta. La mayoría de mis fotografías son de gente, vista de un modo muy simple, como a través de los ojos del hombre de la calle. Eso es algo que la fotografía debe contener: la humanidad del momento. Esa clase de fotografía es realismo. Pero el realismo no es suficiente: ha de estar lleno de visión, y las dos cosas juntas pueden hacer una buena fotografía. Es difícil describir esa tenue línea donde acaba el tema y empieza la propia mente".
En 1954, con el padrinazgo de Walker Evans, fundador del moderno fotoperiodismo, Frank solicita una beca de la fundación Guggenheim. En la memoria indica que desea fotografiar en profundidad, en ciudades y pueblos de los EE UU, el rostro de una "nación cambiante". Frank, en un Ford de segunda mano, se embarca en un recorrido de decenas de miles de kilómetros a través de 48 estados del país. Armado con su fiel Leica, dispara 767 rollos de película durante dos años y medio. El resultado será, con los años, el libro de fotografía más importante de la historia, "Los americanos".
Proteico y metafórico, real y humano, el foto-ensayo habla de política, religión, pobreza, racismo, riqueza, alienación, redención, música, juventud, medios de comunicación, nacimiento, muerte... Pese a todo, es autobiográfico: la mirada de Frank, que fue detenido varias veces por la policía, expulsado de pueblos y amenazado, está en cada foto. "Trabajo todo el tiempo, hablo poco, trato de no ser visto", escribe en su diario. un recorrido anatómico-fotográfico para diseccionar un país con ternura pero sin piedad.
Los americanos -83 imágenes seleccionadas por Frank tras un meticuloso y agotador proceso- provoca miedo. Es un espejo demasiado exacto. Las editoriales califican el libro de "perverso", "siniestro" y "antiamericano" y ninguna se atreve a publicarlo. En 1958 Frank logra editarlo en Francia. La introducción la escribe Jack Kerouac: "Después de ver estas imágenes, Robert Frank, suizo, discreto, amable, con su pequeña cámara, que levanta y dispara con una mano, reflejó el drama desde la misma América y lo transmitió por medio de la fotografía, haciéndose un sitio entre los grandes poetas trágicos del mundo", dice. En 1959, cuando el libro aparece en los EE UU, ofende a los críticos. La revista Popular Photography publica siete reseñas en un mismo número. Todas son malas menos una, en la que destaca el uso del contraste.
"Una decisión: meto la Leica en el armario. Basta de espiar, de cazar, de atrapar a veces la esencia de lo que es negro, de lo que es blanco, de saber dónde se encuentra el Buen Dios", escribe Frank en 1960.
Desde entonces se dedica a destruir lo descriptivo para ahondar en su propio estado de ánimo. Ha vuelto a hacer fotos con película Polaroid o cámaras desechables, pero las interviene, superpone, raya, dibuja y escribe sobre ellas.
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